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Padres generación WhatsApp

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Pertenezco a una nueva generación de padres. Podemos no tener la misma edad, depende de en qué momento de nuestras vidas encaramos la paternidad, sin embargo todos compartimos un rasgo en común: en cuanto nuestros chicos comienzan la vida escolar, nos vemos obligados de alguna forma a participar en el grupo de WhatsApp (WA) del grado (o salita si el niño aún cursa jardín de infantes) correspondiente.

“Te agradezco, pero ya estoy en cuatro grupos del colegio” me dice una antigua compañera del secundario cuando ofrezco agregarla al grupo de egresadas. Claro, tiene cuatro hijos. Un grupo por cada uno.

wa escuela

Y el tema no es sólo la pertenencia, reconozco que en el de mi hija se trata todo con bastante sobriedad y no salta nadie a debatir sobre Gran Hermano, por ejemplo, pero me consta que hay grupos en los que sí sucede eso.

También, nobleza obliga, muchas veces resulta útil, como cuando a una maestra se le ocurre pedir, de un día para el otro un montón de materiales y vos no llegás a tu casa hasta la noche, entonces, aviso de WA mediante, podés comprarlos en el camino, o hasta te salva alguien que le manda de más a su chico para prestarle a la tuya.

Es decir, funcionan, si el criterio de la mayoría es la coherencia.

Sin embargo hay un efecto secundario que no nos afecta a los padres directamente sino que recae en los chicos, y me temo que muchos no se están dando cuenta.

Los estamos eximiendo del sentido de la responsabilidad. Y eso es grave.

Cuando yo iba a primaria en casa no teníamos siquiera teléfono de línea. Entel había cableado la zona cuando la propiedad no era más que un lote y para cuando se construyó la casa, bueno, se tomaron unos diecisiete años y el plan Megatel para volver a pasar cables.

Chequera Plan Megatel

Chequera Plan Megatel

Mi mamá trabajaba en un banco en Capital y llegaba a casa no antes de las 20 hs, así que, si faltábamos, no había manera de tener la tarea. Eso al menos los dos primeros años de mi primaria, después empezó a ir mi hermana y, salvo que faltáramos las dos, me mandaban las hojas con ella, o las de ella conmigo, según fuera el caso.

Mi mamá nunca preguntó qué tenía que estudiar yo para una prueba. Jamás se sentó conmigo a hacer la tarea, y mucho menos cuestionó las decisiones pedagógicas de ninguna maestra, pues para algo había elegido de antemano el colegio al que iríamos y con eso bastaba para confiar.

Hoy no.

Las madres nos desesperamos si no nos pasan la foto vía WA de lo que se hizo en el día en la clase. Discutimos entre nosotras si no quedó claro desde qué página hasta cuál otra del manual les van a tomar en la lección. Cuestionamos si está bien que se les tome examen oral a chicos de cuatro grado o si acaso los están traumando de por vida.

En este año que me toca transitar yo debo ser como la oveja negra del grupo. Me encanta la maestra que le tocó. Quizás porque la entiendo más, porque es medio “a la antigua”. Es menos maestra jardinera que las anteriores y más docente. Está en la particularidad de cada chico, les exige (el mismo sistema pedagógico bonaerense le permite poner notas con número, por fin, y mi hija reaccionó de manera excelente al cambio). Pero para otras madres es un ogro.

Me parece que estamos pecando de indulgencia extrema. Nos enoja que a nuestros hijos se les exija. Un poco, tampoco es que se la pasan con los libros toda la tarde, seamos realistas.

"Hijo, estamos trabados, ¿nos darías una mano con tu tarea?"

«Hijo, estamos trabados, ¿nos darías una mano con tu tarea?»

Yo recuerdo mi infancia, entre la incomunicación forzosa debido a la falta de medios, los juegos al aire libre debido a la falta de Internet y canales de cable 24 horas, las maestras que nos daban tarea y a repetir cinco renglones de la palabra con falta de ortografía y, lo lamento, no la pasé mal. Al contrario. Era de las que pedían más.

Porque si no alimentamos la curiosidad, la incomodidad ante la mirada de la seño por la tarea no hecha, la responsabilidad por el propio rendimiento escolar, ¿qué le estamos enseñando a nuestros hijos?

Que la maestra es una empleada suya y no una guía educativa. Que va a poder llegar a nivel universitario y no respetar la autoridad del docente que tiene enfrente (me lo cuenta gente que enseña en esos niveles: los alumnos –adultos jóvenes – llegan tarde, pretenden que se repita lo que no anotaron por estar tomando el cafecito en plena clase y otras anécdotas del nivel más alto en educación).

Está muy bien que nos comuniquemos. Que nos ayudemos. Que sirva como canal por si alguna tiene un percance y necesita una mano de urgencia. Para todo eso la tecnología es genial.

Pero pongamos un límite: el criterio del docente es prioritario, y si tenemos algún problema, a hablar a la dirección, no a crear un tole tole virtual.

La responsabilidad de las tareas es de los chicos. Soltémoslos un poco. Acompañemos, por supuesto, pero que sientan que tienen que responder ellos, y no mamá, ante la escuela.

Porque si no estamos haciendo todo mal. Y lo que pretendemos que sea una experiencia educativa que los enriquezca y fortalezca para su adultez termina arruinada por nosotros mismos y nuestra sobreprotección versión moderna.

Seguiremos siendo padres vía WA, pero tomemos del pasado lo que sirve y dejemos que los chicos recorran el camino propio. Como cuando empezaron a caminar y se caían. Así se aprende. De levantarse y seguir. Y eso lo tienen que hacer ellos.

No puede hacerlo nadie más.

bebe caminar

88x31 Esta obra de María Victoria Vázquez está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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María Victoria Vazquez

Amante de la literatura y el cine, columnista del programa Las Buenas y Las Malas que se emite todos los martes a las 19:00 hs. por www.onradio.com.ar Escribe sobre cultura y espectáculo. Mail: victoria.vazquez@lasbuenasylasmalas.com.ar

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