Veo que hay quienes hablan de fraude en las recientes elecciones en Tucumán y quienes lo niegan.
Ambas opciones son igual de malas. Todo implica que somos dominables, un pueblo inculto y por sobre todo inmaduro en cuestiones civiles.
Si es verdad que se pueden comprar votos con bolsones de comida, somos muy, muy pobres. Si es verdad que el patoterismo funciona, que se puede lastimar a un fotógrafo, que se gana a base de miedo y dádivas, somos muy inmaduros.
Pero si es mentira, también. Porque hay quienes nos hacen creer que es posible, y hay quienes no tienen herramientas para negarlo.
Por una ONG me consta que un gobierno tapó los pozos de agua que ellos habían abierto para dominar a sus electores, nada más y nada menos que con el abastecimiento de agua potable.
¿Cómo no creer en la manipulación de los votos entonces?
La palabra «fraude» debería haber sido desterrada de nuestra vida electoral hace cien años. Cien años, señores.
Pero claro, para tener una democracia verdadera hacen falta votantes libres, educados, independientes. Algo que ningún político parece querer.
Lo demás es juntar votos. No democracia.
