Superman en la Time Warp

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En estos días, la sociedad argentina lamentó la muerte de un grupo de jóvenes provocada por el consumo de drogas sintéticas en un evento bailable, que dase en llamar “fiesta electrónica”.

Como es de práctica en estos casos, se inició la causa penal de rigor y, como también es de rigor, la misma, como todas, tramita sus correspondientes “etapas procesales” a un ritmo que siempre suena lento, a veces con razón y, otras, motivado por la entendible ansiedad social.

Se buscarán las responsabilidades y los responsables, investigando el accionar de organizadores, participantes y autoridades. Esto está muy bien, pero como sociedad ¿nos debe resultar suficiente?

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El impacto de la muerte prematura llevó al Gobierno de la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires a prohibir las fiestas electrónicas.

El Gobierno de la Provincia de Buenos Aires está gestionando también su prohibición en el territorio bonaerense.

La causa penal que investiga y procura encontrar “a los culpables” es bienvenida.

La prohibición en sede administrativa de futuros eventos similares, como una medida preventiva, temporaria y cautelar, también puede aceptarse.

Mas, es de esperar, que la instrumentación de aquellas herramientas jurídicas no nos adormezcan la conciencia social.

No conformemos nuestro remordimiento comunitario con el funcionamiento de la Justicia y con las medidas preventivas de la Administración.

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La existencia de debilidad en el carácter y en la personalidad de muchos miembros de nuestra sociedad, de todas las edades, por supuesto; que los lleva a la necesidad irresistible de evadirse de la realidad para obtener o, creer obtener, una cuota lastimosa de falsa felicidad o, que los lleva a mucho menos que eso, a tan solo a soportarla; debe innegablemente ser atendida por el Estado, tan bien definido como “la nación jurídicamente organizada”.

En efecto es el Estado, quien motorizando sus instituciones competentes, tiene la obligación primordial de evitar la drogadicción y, en su caso, de acompañar en la rehabilitación a aquellos que han caído en sus garras. Ello a la par de su insustituible obligación de prevenir y reprimir muy severamente, a los personeros de la muerte en su infame comercio de esas sustancias inmundas.

Queda claro que si la corrupción se interpone y la desidia social y familiar se enseñorean, va a resultar muy difícil erradicar este verdadero flagelo de la vida moderna.

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Pero haciendo un análisis introspectivo, me pregunto y les pregunto:

  • ¿Individual y colectivamente, calificamos a la drogadicción como un mal a erradicar?
  • ¿Estamos realmente decididos a erradicar la drogadicción?
  • ¿Hablamos habitualmente con nuestros hijos de este tema?
  • ¿Criamos a nuestros hijos en la conciencia de libertad, claro, pero denotando que el disfrute de ella debe darse en un contexto de respecto personal y hacia los demás, que nos lleve a una sana autoimposición de razonables limitaciones?
  • ¿Habremos caído en el equívoco de hacerles creer a nuestros hijos, por un defecto de acción o, tal vez, por uno de omisión, que la meta de la vida es convertirnos en “superman”, ¡qué todo vale!, ¡qué todo se puede y se puede ya!?
  • ¿Los habremos llevado a tal grado de atontamiento, que deciden “tomar a superman” en la atolondrada y facilista idea de que con ello su vida compartirá la delicias y grandezas de la de aquel personaje?
  • ¿Les enseñamos a nuestros hijos que las crisis personales, los momentos difíciles, los miedos y, los fracasos se superan con esfuerzo personal, con templanza, con voluntad y con valentía, virtudes estas que se presentan como la antítesis de la drogadicción?

Tengo mis dudas.

Dudo que a las sociedades argentina y mundial, como así a las autoridades públicas “urbis et orbis”, les interese prioritariamente combatir la estupidización de buena parte del cuerpo social.

En consecuencia, dudo que nos importe que en las llamadas “fiestas electrónicas”, muchos adultos jóvenes o jóvenes adultos, pero siempre adultos (con todo lo que ello implica), débiles para enfrentar la vida real, procuren alcanzar un sueño de felicidad vital en el sopor venenoso y asesino de las drogas, “tomando a superman” en busca de lanzarse con él o como él en un “vuelo” imponente, resultando que la postre que muy tristemente, el traidor y engañero “bienhechor”, solo los ha de llevar al  hospital y a la muerte.


Esta obra de Claudio J. Bachur está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional. Licencia Creative Commons

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