El pasado 9 de octubre, la Academia Sueca sorprendió una vez más al mundo al elegir como Nobel de Literatura a una escritora y periodista bielorrusa cuyo trabajo, de género periodístico, destaca las voces de las víctimas y testigos de diferentes momentos clave de la historia de su país.
Svetlana Alexievich es la decimocuarta mujer en ganar el Premio Nobel de Literatura, premio que se entrega desde 1901. Ser mujer y Nobel no es algo común, como tampoco lo es ella.
Su propia historia y la de su país son convulsionadas. La ciudad en la que Alexievich nació fue sucesivamente austrohúngara, ucraniana, polaca, soviética, alemana, nuevamente soviética y por último, quizás, bielorrusa. Este ejemplo basta para demostrar cómo la escritora tuvo que desarrollar una conciencia histórica peculiar que le sirvió para construir su obra periodístico-literaria.
Estudió periodismo en Minsk y en 1985 publicó su primer libro, que le ganó más desventuras que alegrías. Se llamó «La guerra no tiene rostro de mujer» y en él narraba las historias de las mujeres rusas que lucharon junto a los hombres para resistirse a la invasión alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, destacar la participación femenina no fue algo bien visto. Se la acusó de «haber mancillado el honor de la Gran Guerra Patriótica» y se la despidió de manera inmediata de su empleo en un periódico.
El castigo sufrido no logró desanimarla y en 1989 volvió a la carga con otro libro testimonial, «Jóvenes de latón», esta vez aún más controvertido ya que trataba sobre la invasión soviética a Afganistán y las violaciones de los derechos humanos de la población civil afgana. Lo realizó a través de quinientas entrevistas a veteranos de la guerra y a sus familiares.
Desde 1991 vivió como refugiada política en diversos países de Europa ya que fue víctima de persecuciones y amenazas por su labor.
Alexievich no es muy conocida en el mundo hispano. Su único libro traducido al español es «Voces de Chernobyl», publicado en ruso en 1997 y en castellano recién en 2007. También quinientas entrevistas realizadas a lo largo de diez años (la catástrofe ocurrió en abril de 1986) son la fuente de este libro en el que cada testimonio se presenta en primera persona y sin interlocutores. Así presentadas, las declaraciones de las víctimas y testigos del hecho conforma una narración única, que parece bordear la ficción, si no fuera porque el lector sabe que se trata de historias de vida reales.
La peculiaridad del trabajo de la escritora es que, a través de las vidas de personajes pequeños, en el sentido de que no son los «grandes héroes» de la historia sino sus acompañante silenciosos, se permite reflexionar acerca de la naturaleza del ser humano, sus emociones.
La Academia sueca en su justificación del premio declaró que Alexievich «inventó un nuevo género literario que trasciende los formatos del periodismo» con un «método extraordinario» por el cual utiliza un «cuidado collage de voces humanas».
La editorial que la representa, Penguin Random House, anunció la reedición de «Voces de Chernobyl» en noviembre y la próxima traducción de otras de sus obras al castellano, aunque los libreros no tienen puestas muchas esperanzas en que se convierta en boom de ventas, sobre todo por las temáticas que encara.
De todos modos es destacable su valor profesional y que el premio saque a la luz masiva su trabajo. Tal vez no cambie el mundo, pero ojalá sirva para que la mayor cantidad de público posible reflexione sobre los horrores cometidos por los gobiernos y su impacto en las pequeñas, simples, vidas de las personas.
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